De todo se aprende. Esta frase popular muestra una realidad que hemos experimentado a lo largo de nuestra vida. Las situaciones, especialmente las más impactantes, crean cambios en nuestra forma de pensar y procesar, forman nuevos patrones de reacción. Y esta situación de confinamiento y excepcionalidad por el reto del coronavirus, es sin duda, una experiencia que va a producir un aprendizaje importante para nuestra vida.
El ser humano es un proceso en aprendizaje. Aprendemos inevitablemente. Desde que nacemos vamos recabando información, procesando, integrando. Aunque no quisiéramos, nos sería imposible no aprender. Es inherente a nuestra propia existencia: el cerebro se desarrolla con el propio conocimiento.
Después de llevar ya varios días recluidos en casa nuestra forma de percibir la vida ha cambiado sustancialmente. Si bien, sabemos que es una situación excepcional y temporal, es muy probable que nos hayamos replanteado muchos aspectos de nuestra vida.
Este aprendizaje, como todos, es una oportunidad de mejora, de evolución y superación. Las dificultades nos están forzando a buscar nuevas estrategias, nuevas soluciones para los retos planteados, que nos seguirán siendo útiles en el futuro. Pero también estamos viviendo situaciones positivas: la convivencia y dedicación a la familia, el tiempo libre que ahora disponemos, las muestras de solidaridad que vemos en toda la sociedad,…
Esta circunstancia es tan importante que va a modificar nuestra vida en sus más claras dimensiones.
Lo primero que hemos aprendido es la importancia de la salud personal. En cierta medida, ya lo sabíamos, pero esta experiencia nos ha mostrado la verdadera dimensión de lo que ya conocíamos. No se trata solo de la salud en mayúsculas, se trata también de la salud del día a día. En la vida ocupada que hemos llevado, en ocasiones, se nos podía olvidar el cuidado personal; la alimentación, el ejercicio, el descanso. El correcto equilibrio físico es un pilar fundamental para el bienestar general. Hemos aprendido que debemos cuidar nuestro cuerpo.
En segundo lugar, nos hemos encontrado con nuestra mente. De repente, el confinamiento nos ha dado tiempo para estar con nosotros mismos. Quizá no estábamos demasiado acostumbrados, pero ahora tenemos ocasión de pensar, inspeccionar y reconocernos. Ahora que hemos tenido tiempo, nos hemos visto haciendo lo que realmente queríamos hacer. Una vez que nos hemos liberado de obligaciones (por imposición manifiesta), hemos empezado a hacer lo que realmente nos gusta; cocinar, jugar con los niños, ejercicio, bailar, estudiar, leer,… El tiempo nos ha dado la facultad de distinguir lo que realmente nos interesa. Si existe alguna tarea que postergábamos por falta de tiempo, y no la hemos hecho estos días, realmente no queríamos realizarla. Hemos aprendido como somos.
Finalmente, el aislamiento, nos ha enseñado que somos animales sociales. Las restricciones nos han enseñado lo necesarios que son los demás, la importancia de nuestras relaciones en nuestra vida. Ahora que echamos tanto de menos nuestras familias, nuestras reuniones de amigos, los compañeros de trabajo, las conversaciones,… Ahora que buscamos mil modos de comunicarnos tecnológicamente de forma grupal, conocemos la importancia que ejercen las relaciones en el bienestar. Hemos aprendido a estar juntos.
La situación ha cambiado y nosotros hemos cambiado. Esa es una de las múltiples definiciones que tiene el aprendizaje. Vamos a aprovechar ese cambio para mejorar nuestro bienestar en el futuro.